No soy un gran seguidor de Arturo Pérez Reverte. No había leído ninguno de sus libros - hasta ahora, que estoy leyendo el último - y no suelo prestarle mucha atención a sus continuos rifirafes en las redes sociales. Es muy inteligente y cuenta con una experiencia vital y profesional extraordinaria, pero a la vez suena con ese aire de superioridad, con esa forma de explicarse que huele tan a ranciete, a anticuado, que me genera sensaciones encontradas. De ahí mi rechazo, probablemente.
Tampoco sigo a Jordi Wild. De hecho, no lo conocía hasta hace unos días. No sé cómo, acabé en su canal echando un vistazo a la interesantísima lista de invitados que han pasado por su podcast. El último era Reverte y decidí darle una oportunidad a ambos.
En 10 minutos de podcast, al escuchar el cariño y el cuidado con el que habla de El problema final, decidí comprarlo. Hace tiempo que tenía ganas de leer una novela de ese estilo. Voy por la mitad y debo decir que me está encantando.
Bueno, que me voy del tema. La cita. No es la frase literal, puesto que viene de una conversación y la he adaptado únicamente por claridad:

Escribir una novela te obliga a mantenerte alerta, vivo, atento.
La dice en esa entrevista (sobre el minuto 25:00). Reverte explica cómo el hecho de escribir novelas le hace estar atento a detalles del día a día que, de otra manera, ya pasarían desapercibidos para él. Me resonó muchísimo porque siempre he creído que la fotografía, especialmente la callejera, me hace estar más conectado con la ciudad, con lo que me rodea en cada momento. Lo sentí muy profundamente, por ejemplo, cuando hice aquel viaje a Lisboa, con el único propósito de hacer fotos urbanas durante unos días.
No creo que vaya a ser muy fan de ninguno de los dos, pero les agradezco esa reflexión que me dejó pensando un buen rato. Y quería compartirla aquí.
