El momento de decidir. Mi charla en el TEDx Zaragoza 2018

El 15 de abril de 2018 se celebró el TEDx Zaragoza, al que tuve el placer de asistir como ponente y dar una charla. Después de muchísimo trabajo de documentación, de preparación de la misma y de ensayos… desgraciadamente los nervios me traicionaron en el directo. No pude llevar a cabo la charla de la forma que me hubiera gustado, aunque espero que el mensaje fuera transmitido correctamente 😊

Tuve que hacer algunas pausas y me pasé (varios minutos) del tiempo reglamentario. Por ello, en el video oficial se han tenido que recortar algunas partes, para encajar el video con el formato TED.

Foto del escenario del TEDx Zaragoza 2018 y yo durante mi charla
En directo en el escenario del TEDx Zaragoza 2018.

Pongo aquí mismo el video de la charla y a continuación transcribo el texto completo, con algunas referencias que he considerado importantes y una colección de recursos adicionales (libros, documentales y artículos recomendados).

Texto completo de la charla

Hace 5 años me compré un perro. Me aseguré de que fuera “de raza” y pagué 250 euros por él. Me costó muy poco tiempo darme cuenta de que “comprar” un animal es algo que nunca más volvería a hacer.

Django llegó a casa y era un cachorro de poco más de 2 meses. Leí libros y me vi un montón de videos de cómo adiestrar a un perro (porque nunca había tenido uno) y traté de imitar todo lo que decían en ellos:

  • Le gritaba cuando hacía caca dentro de casa.
  • Salíamos a pasear con una correa bien corta, bien pegado a mí, y siempre le obligaba a esperar para salir yo el primero.
  • No le permitía olisquear nada por la calle. Le ponía su comida y, cuando estaba a mitad, le quitaba el plato para que viera que el que mandaba era yo. Yo tenía que ser el macho alpha.

Le daba de comer pienso. Quería que fuera fuerte y bonito, así que me puse a buscar cuáles eran los mejores piensos del mercado, sin importar el precio. Investigué mucho sobre el tema… y me horroricé de cómo funciona la industria del pienso. Básicamente, descubrí que le estaba dando bazofia para comer: restos de pezuñas, pelos y partes de animales que la industria desecha, mezclada con cereales de baja calidad, y todo ello quemado, en forma de croquetas con un 0% de agua y un porcentaje elevado de cenizas por la propia quema.

Y eso, curiosamente, fue lo que hizo que mi mente cambiara de golpe.

Unos meses atrás no sabía nada de la nutrición de un perro. Tampoco entendía nada de cómo actuaba, de por qué lo hacía, de lo que esperaba o de lo que sentía. No sabía ponerme en su lugar. Ese fue el momento en el que me di cuenta de que no sentía ninguna empatía por Django.

Fui a ver a un adiestrador que usaba técnicas de “adiestramiento en positivo”, un concepto nuevo para mí en aquel momento. Me enseñó cosas importantes de los perros, pero sobre todo cosas importantes sobre mí y mi relación con Django. Aprendí a entenderle mejor, a actuar desde la empatía hacia él, a forjar un vínculo de confianza entre los dos y a no verme como su dueño.

Dejé de ver a Django como una “cosa” y empecé a verle como lo que es en realidad: un perro. Un animal que tiene sentimientos, que es social, que quiere divertirse, que disfruta jugando con confianza, que quiere huir de cualquier peligro o amenaza.

Yo en aquel momento era… un tipo “normal”: además de “tener” un perro, bebía leche todas las mañanas para desayunar, comía carne para comer, nada mejor que una buena tortilla para cenar y, después de cenar, sacaba el tupper con el fuet, el chorizo y el queso. Siempre tenía un jamón en casa para pegarle un corte de vez en cuando.

Toda aquella experiencia me hizo darme cuenta de cómo “cosificamos” a los animales y descubrí el concepto de “especismo”. Especismo es la “discriminación de los animales por considerarlos especies inferiores”, es “situar los intereses personales por encima de los de otros seres que también tienen la capacidad de sentir .” Había dado en el clavo: yo era un especista hasta la médula.

Un año después me consideraba vegano. Sí, a mí también me parecía “extremo” eso de ser “vegano”, pero cuando fui consciente de lo que estamos haciendo, entendí que lo extremista era seguir como estaba, no hacer nada.

Déjame que te cuente por qué.


Las vacas, los cerdos, los pavos, los monos, las gallinas, los peces, los gatos… también tienen sentimientos, también quieren disfrutar de su vida, cada uno a su manera, muchos de ellos simplemente estando con los suyos. Y también sufren, no solo físicamente, sino emocionalmente. Sienten miedo y huyen de cualquier peligro. Quieren, simplemente, vivir en paz.

Hoy he venido a hablar de una aberración del ser humano, una que muchos ponen todo su esfuerzo en esconder.

Según los datos de la Organización de las Naciones Unidas, en los 5 minutos que llevo hablando, hemos matado en torno a 1.400.000 animales que no querían morir, contando únicamente aquellos que hemos matado para transformarlos en comida (que no son los únicos). Y eso que las cifras son muy conservadoras porque son datos de hace ya unos años. Casi un millón y medio de animales inocentes cada 5 minutos. Matamos 250 vacas, 1.000 ovejas y 2.500 cerdos por minuto. Con los pollos vamos todavía más allá, nos acercamos a los 100.000 por minuto. Y con los peces… con los peces nos superamos: les quitamos la vida a 200.000 individuos por minuto.

Son de otra especie, pero también sienten y sufren. Y lo peor de todo es que los matamos de forma absolutamente innecesaria.

Los animales son explotados, esclavizados y privados de cualquier derecho durante toda su vida. Muchos ni siquiera llegan a ver la luz del sol, otros la ven por primera vez de camino al túnel que les llevará a las cámaras de gas o a un cuchillo en su garganta. Los colgarán de una percha y se desangrarán boca abajo, algunos todavía conscientes. Otros, que presentamos en los cuentos como “adorables pollitos”, adorablemente romperán su cascarón, asomarán la cabeza del huevo para descubrir por fin el mundo y lo primero que escucharán serán las cuchillas de una máquina trituradora, los engranajes de la cinta transportadora que les lleva sin frenos hacia ella, y serán triturados vivos. A otros se les “concederá” toda una vida de tortura, no sin antes, nada más nacer, ser mutilados: serán castrados con una tijera por alguien que - te aseguro - no es ningún cirujano, y les arrancarán los dientes sin anestesia.

La inmensa mayoría de ellos serán tratados con una violencia sistemática y, aunque suene duro, consentida por nosotros, por todos los que estamos aquí hoy. Serán forzados a engordar de forma desmedida, con todos los problemas que eso conlleva, y serán tratados continuamente con multitud de medicamentos, hormonas y antibióticos. Vivirán hacinados, sobre sus propios excrementos, en lugares que son un auténtico criadero de bacterias y patógenos, sin espacio entre ellos o encarcelados en celdas en las que no pueden ni siquiera abrir por primera vez sus alas. Vivirán en contacto directo con otros animales enfermos, con infecciones o incluso ya muertos, y muchos contraerán todo tipo de enfermedades físicas y mentales.

Las vacas lecheras no dan leche “porque sí” y tampoco necesitan que las ordeñemos. Una vaca solo da leche cuando tiene una cría. Así que las inseminamos artificialmente durante toda su vida. ¿Te imaginas vivir en un constante embarazo forzado? Cuando una vaca da a luz, se disparan todos los instintos maternales de protección hacia el ternero. Esa leche tiene que ser nuestra, hay que evitar que nos la quite su legítimo dueño, y hacemos cosas tan macabras como ponerle un anillo en la nariz al ternero para que no pueda acceder a las ubres, para que su propia madre lo rechace porque le hace daño, o directamente le robamos a la cría para que no tengan ningún contacto.

Iba a traer un video del momento en que se llevan a la cría de una vaca en una granja, en la que se ve claramente la desesperación de la madre, su impotencia, y se escuchan sus alaridos de dolor como bocinas que se te clavan en el cerebro. Pero no os haré pasar ese mal trago.

Ya tenemos la leche que queríamos y, además, ya tenemos un nuevo ternero. Dos por uno. Si sale macho, irá directamente al proceso de engorde y al matadero. Si sale hembra, su destino será el mismo que el de su madre. Eso sí, nos daremos prisa en cortarle los cuernos sin anestesia, porque va a vivir con unos niveles de estrés tan altos que no queremos que se haga daño a sí misma o a otras vacas como ella.

No existe una forma “humana” de matar a un ser que siente y que no quiere ser matado.

Cuando no eres la víctima, es muy fácil racionalizar la discriminación o la crueldad, pero si nos ponemos en su lugar, entonces podremos entender de verdad lo que está ocurriendo.


Que quede muy claro: no necesitamos comer animales. Independientemente de la etapa en la vida, niños, adultos, ancianos, o del estilo de vida, sedentario, activo, deportista de élite. No es necesario comer carne, ni pescado, ni huevos, ni leche. ¿Cuántos estudios científicos más necesitamos para creérnoslo?

La leche es un producto que la naturaleza ha creado durante miles de millones de años con un único objetivo: que un ternero engorde y se ponga fuerte en un tiempo récord. Está cargado de hormonas sexuales, grasas saturadas, colesterol y tiene 10 veces más proteína que la leche materna humana (el alimento perfecto para un bebé humano)… porque es para un ternero, no para un ser humano. Absolutamente nadie necesita consumir leche después del periodo de lactancia, y mucho menos la leche de otra especie.

De la misma forma que no necesitamos comer carne para conseguir proteínas, porque también están en los vegetales, no necesitamos leche para conseguir huesos fuertes. Los estudios científicos demuestran la relación directa entre una dieta rica en productos animales y muchas de las enfermedades más graves y más habituales de las personas hoy en día, como la diabetes, la obesidad, la osteoporosis, las enfermedades cardiovasculares o distintos tipos de cáncer.

Con una dieta basada en productos animales, como la que sigue la mayoría de la gente, la grasa acumulada en la sangre impide que el cuerpo asimile correctamente el azúcar natural de los alimentos. Esos productos están cargados de colesterol, grasas saturadas, ácidos grasos y proteína animal, que son los factores principales de las enfermedades cardiovasculares. El mundo vegetal tiene todos los nutrientes que necesitamos y prácticamente nada de eso.

La Organización Mundial de la Salud ha analizado 800 estudios científicos y ha confirmado que la carne procesada es cancerígena y que la carne roja es “probablemente cancerígena”. Las catalogan en el mismo grupo que al tabaco, lo que significa que la evidencia científica es igual de fuerte en ambos casos. Está demostrado que el consumo de proteína animal contribuye directamente al crecimiento de las células cancerosas.

Los humanos sí podemos comer carne. Y también podemos elegir no hacerlo. Tenemos una anatomía preparada para comer fundamentalmente plantas. Y cuando comemos únicamente plantas, disminuye enormemente el riesgo de contraer todas estas enfermedades.

Lo más poderoso que tenemos para tener una buena salud es la dieta. ¿Cuándo vamos a atacar de una vez a la raíz del problema?


Y hablando de la raíz del problema… seguramente el cambio climático es algo que te preocupa. Reciclamos, separamos el papel de los envases y del vidrio y cerramos el grifo mientras nos cepillamos los dientes. Nos gusta creer que estamos “salvando el planeta”. Está muy bien hacer todo eso, claro, pero… ¿Y si esas acciones son como intentar tapar un colador de 100 agujeros con los 5 únicos dedos de una mano? ¿Y si pudiéramos, simplemente… cerrar el grifo?

En 2006, un informe de la ONU aclaraba que la ganadería y la industria láctea es la causante del 18% de todas las emisiones de gases de efecto invernadero, más que la suma de todos los medios de transporte juntos. Si a ese dato sumamos los sumideros y el metano que genera, llegamos a la conclusión de que la ganadería es la responsable de un 51% del cambio climático causado por el hombre.

Hablamos mucho del CO2, y mientras tanto no paramos de fabricar máquinas de generar metano, un gas 86 veces más dañino que el CO2 de los coches. Generadores de metano que no existirían de forma natural, nosotros las creamos. ¿Cómo se llaman? Vacas.

Y es que una característica importante de las vacas - y de casi todos los animales - es que se tiran pedos. Y también defecan. Y mucho. Solo en Estados Unidos, la ganadería genera 180 millones de kilos de excrementos cada hora. ¿Qué hacemos con ella, dónde la dejamos? Sí, acertaste: la tiramos al mar y listo. Resultado: 500 zonas muertas en los océanos atribuidas a la ganadería terrestre, 500 zonas que estaban repletas de vida y que hemos contaminado y eliminado por completo.

Los estudios sobre la huella del consumo de agua, se estima que, para conseguir una hamburguesa de 100 gramos de carne, hacen falta 2.500 litros de agua. Para hablar del agua consumida en la industria, hay que tener en cuenta no solo el agua consumida por los animales, sino también la usada para cultivar todo el grano que necesitan como alimento.

2.500 litros de agua consumidos para cada hamburguesa y 1.000 litros para producir un solo litro de leche. ¿Decías que ahorras agua porque cierras el grifo mientras te cepillas los dientes? Por mucho que intentes ahorrar en tu consumo de agua en un día, ni siquiera te vas a acercar al consumo que genera producir una simple hamburguesa o un brick de leche.

La industria de la ganadería ha destruido el 80% de la selva en Brasil y es la responsable del 91% de toda la destrucción del Amazonas, por citar 2 de los grandes pulmones del planeta. Se destruyen para crear nuevas zonas de pastoreo y de cultivo de grano para las granjas.

Por cada kilo de pescado “comestible” se capturan por accidente en torno a 10 kilos de otras especies no comestibles.

Los números no cuadran, se miren como se miren.

Más de la mitad de los cereales y legumbres del planeta se usan para dar de comer a los animales de granja. En el caso de la soja es del 90%. Y sin embargo, tenemos casi 1.000 millones de personas muriendo de hambre, según las Naciones Unidas.

De la misma forma que no parece coherente decir que eres un amante de los animales mientras acaricias a un perro con una mano y con la otra te comes la costilla de un cerdo, no tiene sentido creer que estás defendiendo el medio ambiente y a la vez comer animales. Te estás engañando a ti mismo.

Una dieta únicamente vegetal es la opción más sostenible para el planeta.

Está estudiado que alimentar a un adulto occidental con la dieta actual requiere 18 veces el terreno que requiere alimentar al mismo adulto si fuera vegano. En el mismo espacio en el que puedes producir 1 kilo de carne, también puedes producir 100 kilosde comida vegetal. El vegano genera la mitad de CO2 que el “omnívoro”, requiere 11 veces menos de combustibles fósiles y 13 veces menos de agua.

En un solo día como vegano, se estima que una persona ahorra:

  • más de 4.000 litros de agua
  • 20 kilos de cereales
  • 3 metros cuadrados de bosque
  • la vida de 1 animal

¡En solo un día!


Volviendo a Django, la verdad es que su llegada a casa fue un antes y un después para mí. Al principio yo era su dueño, después me convertí en su compañero de piso… y de vida. Cuando cocino, cocino para dos. Y cuando salimos de paseo… es SU paseo, no el mío. Todo cambió cuando aprendí a ponerme en su lugar.

Debemos aprender a observar la realidad tal y como es. Sin prejuicios, sin paños calientes, sin marketing.

Puedes desconfiar de mi discurso. Lee, pregunta, investiga, descubre por ti mismo qué es lo que estamos haciendo, sé consciente de la realidad. Pero recuerda que nada ocurre a tu alrededor mientras piensas, todo ocurre cuando actúas.

De todas formas, te hago un spoiler, porque la ciencia y los datos son muy claros: esta industria está matando a miles de millones de animales, está destruyendo los bosques, las selvas, los océanos, está envenenando el medio ambiente y todo ello para poder ganar dinero vendiéndote productos que te están matando.

El veganismo no es una moda y no está ligado a ninguna postura política ni a ninguna religión. Ni siquiera es una dieta. No tiene nada de “extremo”, resulta inquietante que parezca “extremo” decidir no comer músculos, tendones, cartílagos, sangre, vísceras, la menstruación o los vómitos de otros animales. O beberse la leche materna de otras madres. No hay ninguna necesidad para hacer eso y, haciéndolo, se está financiando y colaborando con una industria de crueldad sistemática.

El veganismo es, sencillamente, un estilo de vida de respeto hacia los demás, hacia los animales, hacia las personas y hacia nuestro entorno.

Te propongo un ejercicio: durante los próximos 7 días consume únicamente plantas. Nada de carne, nada de queso, nada de pescado ni huevos. Consume todo tipo de plantas: frutas, leche vegetal (de soja, de avena, de arroz, de coco…), legumbres, vegetales de hoja verde, col y brócoli, aguacates, frutos secos, semillas, algas, cereales, pasta, patatas. Sólo son 7 días. Los veganos no solo comemos lechuga y patatas. Tienes un sinfín de combinaciones de sabores y texturas a tu servicio. Puedes buscar fácilmente recetas muy elaboradas, platos rápidos, cocidos, estofados, plancha, sofritos, barbacoa… Hazlo y observa cómo te sientes físicamente, cómo te encuentras mentalmente.

No hay una decisión que puedas tomar hoy y que pueda tener tanto impacto, tanto medioambiental como en tu salud, como decidir qué comes. Y sobre todo: qué NO comes.

Las personas comen carne, queso, leche y huevos por 4 razones: hábito, tradición, oferta y sabor. Ninguna de ellas es una razón suficiente. Estamos en el año 2018.

Ya no matamos animales por supervivencia, ni por salud, ni por sustento. Dejemos de actuar como los hombres de las cavernas. Ya está bien. No tenemos ningún derecho a hacer lo que estamos haciendo.

Ahora, que podemos conocer la realidad tal y como es, es el momento de decidir en qué lado queremos estar, en el de hacer las cosas por inercia, que antepone un sabor momentáneo a la vida de animales inocentes, o en el lado de la empatía y del respeto, de las personas que quieren cambiar las cosas.

Es el momento de decidir.

Tú y yo, ahora mismo, podemos cambiar el mundo.


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